sábado, 14 de agosto de 2010

Yo también soy Max

Siempre ocurre lo mismo. Elijo un tema para la siguiente entrada, comienzo a investigar y a reflexionar sobre ello… y entonces ya nada puede pararlo. Todo empieza a ensancharse, a hacerse más alto, más profundo. Surgen diferentes direcciones y estallan ramificaciones, a menudo, por cierto, mucho más interesantes que la propia carretera principal. Al final todo se desboca y termino perdiendo el control. Probablemente, la razón de todo ello habita en la esfera de la que provienen las ideas más atractivas: El lugar en donde viven las cosas salvajes.

Se suponía que tan sólo iba a hablar de la relación entre cine y literatura, de algunos libros que han sido llevados al cine y, más concretamente, de uno en particular. Y es que en esto hay opiniones para todos los gustos, que si se trata de un sacrilegio, que si de una bendición. Para mí, cine y literatura son, burdamente explicado, dos maneras distintas de transmitir ideas, sueños, historias. Dos lenguajes que, aunque se entrecrucen, no dejan de ser extremadamente diferentes entre sí y, como tales, es más que probable que al hacer una traducción de uno a otro haya diferentes aspectos que queden Lost in translation.

O también Won, quién sabe. Porque sí, es cierto, la experiencia nos dice que los resultados generalmente son, cuando menos, bochornosos. Productos chapuceros que ciertamente te hacen pensar y reflexionar, formularte preguntas del tipo ¿pero qué necesidad había? Y cuya respuesta, pecando un poco de elitismo, suele ser que en el fondo van dirigidos, precisamente, a ese público que ni pajolera idea tiene de la existencia de un libro en el cual la película en cuestión está basada. Ojos que no leen…

Pero es que también hay casos más que recomendables y aquí si me apetece poner ejemplos, como Short Cuts (Vidas cruzadas), Smierc Miasta (El pianista del gueto de Varsovia), The chase (La jauría humana) o, incluso dentro de los grandes clásicos, Oliver Twist. Podría seguir hasta el infinito y más allá, pero creo recordar que esa frase no está extraída de ninguna novela. Extraordinario es, por cuanto poco común, el caso de Psycho (Psicosis), una pequeñísima, en todos los sentidos, novela convertida en 1960 en una de esas películas que, antes de morirse, uno tiene la obligación de ver. Especifico el año porque la segunda versión, la de Gus Van Sant, seguramente se hizo para aquellos que, no ya el libro, sino que ni siquiera de la existencia de una primera adaptación sabían. La culpa fue mía por ir al estreno, por supuesto.

Después hay ejemplos realmente curiosos. ¿O cómo, si no, se le puede llamar a un cuento ilustrado que se convierte en película, pero antes en corto de animación y también ópera infantil, para finalmente acabar siendo una novela? Ya lo avisé, es prácticamente imposible que los temas no terminen por hacerse insensibles al freno y al disparate.

Todo empezó en 1963 cuando la editorial Harper & Row publicó el cuento ilustrado de Maurice Sendak Where the wild things are (Donde viven los monstruos. Ed. Alfaguara, 1977). Sé que debiera decir cuento ilustrado infantil pero, honestamente, no me interesan todas esas etiquetas: Literatura infantil, juvenil, para mujeres, novela corta, negra, histórica… Segmentos de mercado, vaya, que dirían en cualquier facultad de empresariales que se precie. Para mí, vale el tópico de que tan sólo hay dos tipos de literatura, la buena y la mala y, desde luego, esta obra de Sendak pertenece al primero. En menos de treinta páginas, poco más de quince líneas y exactamente dieciocho extraordinarias ilustraciones, Where… nos habla de frustración, de valentía, de egoísmo, de esperanza, de miedo, de amor, de perdón, de soledad, y de muchas cosas más. En definitiva, de lo difícil, duro y gratificante que es crecer... Casi tan cruel como hubiera sido no utilizar esta simiente en otros campos.

El primer intento, unos cuantos años más tarde, un corto de animación dirigido por Gene Deitch y que, bajo mi punto de vista, se trata de una traducción literal pues, en cuanto a lo que se transmite, nada se añade ni nada se quita. La realización, sin embargo, resulta muy atractiva. El segundo, en los ochenta, una ópera infantil en la que colaboró el propio Maurice Sendak. Ir por este camino sería, más que coger una bifurcación, meterme directamente en un túnel, así que, aire.

Casi treinta años después, en el 2009, Spike Jonze estrena la película homónima y basada en el cuento original, la cual añade, carajo si añade, múltiples matices. La historia se hace más rica, más compleja. No se trata ya sólo de las aventuras de un niño de nueve años que, a la manera de un héroe clásico, emprende un viaje a la vuelta del cual ya nada será lo mismo, sino que nos muestra tanto su personalidad, consecuencia y condicionante de sus relaciones afectivas (con su hermana, con su madre, con el novio de ésta), así como el entorno en el que se desarrolla su existencia. El mayor logro de la película, para mí, es la creación desde el primer fotograma de una atmósfera realmente inquietante, ejemplificado precisamente en el aspecto y comportamiento de las “cosas salvajes” (prefiero llamarlas así, pues no tienen nada de seres fantásticos y sí mucho de reales), capaces en un momento de coronar al protagonista como su rey y, al instante siguiente, pensar seriamente en zampárselo. Ya lo he dicho antes, crecer a veces es bonito, frecuentemente feo, a menudo ilusiona, en muchas otras ocasiones decepciona, pero siempre supone un cambio y, por ello, invariablemente genera desasosiego.

Meses después, uno de los co-guionistas de la película, Dave Eggers, publicó un libro basado tanto en el cuento original como en el guión de aquélla, titulado The wild things (Los monstruos. Ed. Mondadori, 2009). He de reconocer que cuando cayó en mis manos pensé que únicamente se trataba del típico producto para aprovechar el tirón de la película. Para nada. Parafraseando a lo que el propio autor reconoce al final de su obra, en los agradecimientos, al fin y al cabo el protagonista del libro infantil es una versión de Maurice y el de la película, una versión de Spike. El protagonista de este libro, por tanto, es una combinación de ambos así como el de su propia infancia. Ahí se resume todo, traducir no para embobar sino para enriquecer.

Tres versiones de una misma historia cuya grandeza reside en que podemos identificarnos con ella, porque todos tenemos nuestra isla de cosas salvajes. Enfrentarnos a ellas pocas veces resulta gozoso e intentar gobernarlas no siempre es buena idea. Aunque mejor aceptar que están ahí, pues creer que uno ya no puede crecer es, en cierto sentido, renunciar un poco a la vida. Por cierto, el protagonista se llama Max, así que, yo también soy Max.

Hoy tenemos postre, sugerencia de la casa, chocolate con un toque amargo: Quien quiera leer estos dos hermosos libros puede obtenerlos gratuitamente en la biblioteca de nuestra ciudad. Y para el que, además, desee ver la película, por favor, que no se la baje de Internet.