sábado, 27 de noviembre de 2010

Una mente maestra

Hace poco tuve un grave altercado con mi trastorno obsesivo compulsivo. Fue una agria discusión. Nos gritamos e insultamos. Nos faltamos al respeto aunque, afortunadamente, no llegamos a las manos. La autolesión está muy mal considerada hoy en día.

El tipo me recriminaba la desidia con la que, según él, tiendo a afrontar la vida

-Casi cinco meses ya y apenas una docena de entradas, menuda vergüenza

-Ya sabes, el trabajo, la lectura, mis proyectos de páginas webs, el necesario deporte para no loquear yo y, sobre todo, no volver loco a los que me rodean…

-Paparruchas, excusas, patrañas, ¿así quieres que la gente se anime a dejar comentarios?

-Que no tengo tiempo, en serio

-Oye, tú no habrás caído en el abismo de los pasatiempos, ¿verdad?

-¿Pasatiempos? ¿Pero de qué demonios hablas?

-Lo sabes perfectamente, sudokus, autodefinidos, crucigramas, jeroglíficos, sopas de letras, el buscaminas

-Que no hombre, que no

-Mira que tengo ritualizadores de sobra, ¿o prefieres mejor algún verificador?

-Te digo que no

-Ya sé, has sido secuestrado por la mafia de los juegos de mesa

-Pero, ¿tú desvarías o qué? Nunca he estado metido en ese mundo

-A mí no me mientas

-Bueno, vale, pero lo del Mastermind fue hace muchos años. Y sólo con ánimo de putear, ya lo sabes. Menudas risas. No vale repetir color. Claro, claro. Horas después…

-Ahora lo entiendo. Has encontrado un Mastermind para el ordenador

-Tú debes de ser idiota

-A mí no me insultes, imbécil

-Mamarracho

-Botarate

-Cretino

Un, dos, tres, un, dos, tres, un, dos, tres, espiración, inspiración, espiración, inspiración, espiración…

-¿Podemos hablar como dos adultos?

-Supongo que sí

-Entonces cuéntame qué te pasa. No ves que estoy aquí sólo para ayudarte, para que no desperdicies tu vida inútilmente

Al final no me quedó más remedio que reconocerlo. Estoy metido en un asunto de patchwork. Es peor de lo que pensaba, reconoció. Sí. Llevo unos cuantos meses recolectando retales, observándolos, analizándolos, desechando los que no me sirven, intentando unirlos en armonía, sin que chirríe demasiado la composición, los colores. Escoger los hilos con los que combinarlos tampoco es tarea fácil. Después hay que plasmarlo todo en un folio en blanco, lo más complicado. Lo peor, me temo, es que tengo para meses.

-Pero, ¿cómo no me lo habías dicho antes?

-Qué se yo

Estábamos exhaustos. Necesitábamos reconciliarnos, con tranquilidad y serenidad. Somos viejos amigos, después de todo. Nos conocemos perfectamente y sabemos cuándo ha llegado el momento de sellar un acuerdo.

-Anda ven aquí, a mis brazos

-Cuidadito que no estoy para perder el tiempo en autocomplacencias

-Que no, bobo. Además, gracias a mí, ya tienes una nueva entrada. ¿Ves cómo no es tan difícil?

Jodido maniático de la última palabra.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Ground Zero blues club


-Chuck Berry es dios

-Imposible

-Escucha Maybellene y te convencerás

-Imposible

-Escucha Sweet Little Sixteen y me creerás

-Imposible

-Escucha Little Queenie y no podrás seguir repitiendo esa dichosa palabra

-Imposible, imposible, imposible. Somos ateos. Chuck Berry no puede ser dios

-Mierda, tienes razón

-Espera…Una vez fue acusado de tráfico de menores para propósitos sexuales

-Cierto. Y fue a la cárcel por evasión de impuestos

-Además, es negro

-Correcto. Él no puede ser dios. O, mejor aún, el puede no ser dios

-Entonces, ¿podemos ser ateos y seguir escuchando su música?

-Eso parece

-¡Buf!, menudo alivio


¿Ingenuidad? ¿Disparate? ¿Temeridad? ¿Patetismo? Que levante la mano aquel que nunca jamás en su vida haya afirmado, con tremenda rotundidad y convicción, que no piensa leer a tal escritor porque es un pedante y un elitista cuyas ideas políticas, además, difieren diametralmente de las propias.

Tendemos a mezclar todo sin mucho sentido. Confundimos persona con personaje y, peor aún, complicamos más la cuestión revolviendo elementos bien distintos entre sí, lo que uno es, o parece que es, y lo que uno hace. Qué falta de respeto, a uno mismo, qué atropello a la razón.

Pero, afortunadamente, tampoco es siempre de esta manera. A veces no es preciso un esfuerzo para no cometer este error. ¿Ejemplos? Venga, va, el primero que me ha venido a la mente, Morgan Freeman.


-¿Morgan Freeman sí es dios?

-No, él interpretó el papel de dios en una película. Bastante mala, por cierto.

-Vale, pero no me negarás que sí es afroamericano

-Negro. Según sus propias palabras, él es negro no afroamericano

-Por eso te parece buen actor, ¿no? Porque huye de la asquerosa corrección política que rodea a la cuestión racial

-Mira, yo aquí he venido a hablar de su garito

-Acabáramos


Morgan Freeman posee un club de blues en Clarksdale, Mississippi, una población situada a unas sesenta millas al sur de Memphis. Es, en realidad, un pueblo como cualquier otro de los que se extienden a lo largo del delta de Mississippi, lleno de magia y de maravillosos datos históricos. Allí nació el blues, se encuentra el famoso cruce de caminos entre la 61 y la 49, murió desangrada Bessie Smith, vivieron, entre otros, Sam Cooke, Muddy Waters, W.C Handy… Para qué seguir. Su club se llama Ground Zero Blues Club


-Y como es un gran actor, su bar tiene que ser especial, ¿no?

-Ya vale, cretino


El edificio, una antigua algodonera, no tiene desperdicio. Tiene situado el local de música en la parte de abajo y cinco apartamentos en el piso superior. Yo dormí en tres de ellos. Lo que hubiera sido, en cualquier hotel vulgar del mundo, un engorroso triple cambio de habitación al final terminó convirtiéndose en una increíble experiencia de tres noches consecutivas. De ello dejamos constancia en el libro de visitas de cada uno de los apartamentos.


-Morgan, el perfecto anfitrión que lee todas las chorradas que la gente le escribe

-Se acabó, tú no vuelves a abrir la boca. No más diálogo en esta entrada.


El local es, sencillamente, inefable. Una reproducción de un antiguo Juke Joint pero con mucha, mucha clase. Mesas de billar al fondo, barra infinita a la derecha, cocina de la que emergen descomunales hamburguesas a la izquierda, un montón de mesas corridas forradas con hules cochambrosos, una pequeña pista de baile con suelo de madera y, al fondo… Al fondo el escenario, el altar de ejecución de la música del diablo. De las tres noches, dos tuvimos concierto. Seguramente no fueran las mejores bandas de blues de todos los tiempos, pero ¡demonios! ¿Cuántas veces en la vida se tiene una oportunidad así?

Lo mejor, con todo, los extras. El muchacho de no más de catorce años que toma la alternativa a la guitarra de manos del músico veterano, el vecino con evidente retraso mental al que dejan cantar su blues (el mismo ambas noches) para convertirse durante esos tres minutos y pico en el hombre más feliz del universo, el bajista que a la mañana siguiente te encuentras de dependiente en la única tienda del pueblo… La Rolling Rock la sirven helada y, no problem!, si has cogido uno de los apartamentos del piso superior puedes beber hasta caerte de culo. Yo es lo que hice esas dos noches de concierto y, a pesar de los cambios, no me confundí de habitación. Creo.


-Venga, va, sirve tú el postre

-¡Cuánta generosidad!

http://www.groundzerobluesclub.com/