
Supongo que si voy a comenzar este tipo de entradas, las referidas a excursiones, debería antes de nada citar a Paul Bowles y definirme de manera radical y definitiva como viajero y no como turista. Pero no estoy seguro de poder hacerlo.
Detesto las aglomeraciones y, además, lo hago de un modo absolutamente falto de racismo. Me molesta igual una masa de australianos que una de coreanos o de conquenses. A veces, sin embargo, son un daño colateral, un mal que no queda más remedio que aguantar. Si quiero ver en directo a los Rolling Stones podría intentar convencer a Keith Richard de que viniese a mi fiesta de cumpleaños pero no sé yo… Pues algo parecido ocurre si, estando en Roma, me entran ganas de visitar
Curiosa es también la importancia de las distancias. Se tiende a pensar que el aventurero es aquel que opta por agrandar las geográficas y recortar las personales. Sin embargo, se dan casos de viajeros que han llegado a comunicarse con pescadores del delta del Mekong pero que desconocen el nombre de la pescadera de su barrio. Y es que, aunque ya no quede lugar en el mundo a salvo del Hombre Blanco, todavía hay aventuras y aventuras. Similar ocurre con la cuestión del respeto al entorno. Si uno no tiene inconveniente alguno en tirar al suelo el envoltorio del caramelo que se acaba de comer, es que tiene un problema. Pero si necesita marcharse a miles de kilómetros de su casa para no hacerlo, entonces la tara es extremadamente grave.
En esto de las excursiones hay, por otro lado, una figura que a mí, personalmente, me inquieta. Me refiero, claro, al mochilero. Según el diccionario, mochilero sería aquel que viaja a pie y, obviamente, portando una mochila. Ya sea en tren, barco, avión, coche o incluso bicicleta y para desgracia de mi espalda no sé por qué me empeño en elegir a esta, como diría un verdadero viajero alternativo, compañera de viaje. Así que es posible que algo de esto tenga. Pero, aunque me gustaría poseer esa imagen juvenil y desenfadada, prefiero no engañarme a mí mismo y admitir que, especialmente cuando viajo, no suelo tener problemas en ser un poco despilfarrador y derrochón. A ver, no es que vaya por el mundo adelante tirando divisas pero, sinceramente, no le encuentro la gracia a alardear de los malabares hechos con el presupuesto o de las calamidades sorteadas en el camino. Para eso mejor hacerse responsable de costes de una multinacional, ¿no?
Intentémoslo ahora por el flanco opuesto, por el lado de la negación. La única condición para ser un verdadero trotamundos es carecer de lugar propio. Únicamente así es posible, cuando uno se va a marchar, hacerlo comprando tan sólo el billete de ida. Se sabe cuando se va pero no cuando se vuelve. Probablemente, ni siquiera si se va a volver. Y lo cierto es que aquí tampoco me encuentro demasiado cómodo pues yo necesito retornar. Sea más largo o más corto, pasado un tiempo preciso regresar a mis rutinas, a mi mesa de trabajo con todos los libros ordenados y el teclado del ordenador dispuesto a ser aporreado.
Así que no soy turista, no soy viajero, me dan miedo los mochileros y me produce incomodidad el vagabundeo. Parece que, para variar, ya la he vuelto a liar. Trato de afinar. En este tema, como en casi todo en la vida por otro lado, la clave no está en la meta sino en la propia carrera. Más que lo que se hace, importa cómo se hace. Siempre me he considerado un tipo curioso (en ambas direcciones, debo admitir) y, en ese sentido, durante mis diferentes correrías procuro ejercer de explorador tirando a cotilla, para poder así enterarme no sólo de la identidad y naturaleza de las cosas y de las personas, sino incluso de sus circunstancias. Únicamente de esta forma, tirando abajo tópicos y estereotipos, logro realmente aprender algo. También, no nos engañemos, recrearme levantando otros.
Recapitulo y, en un intento bastante pedante de huir de la vanidad, acudo de nuevo en ayuda del diccionario. En él encuentro la palabra que, como si fuese un traje a medida, se ajusta perfectamente a los valores adoptados por todas y cada una de las variables introducidas… ¡Excursionista! Eso es lo que soy. En fin, podría haber sido peor.