miércoles, 29 de septiembre de 2010

Guerreros ¿de antaño?

Preciosa imagen, ¿verdad? Me gustaría pensar que no requiere presentación, que no es preciso explicar de dónde proviene, quién demonios son estos tipos y, sobre todo, qué se supone que están haciendo. Pero todos sabemos que corren tiempos difíciles y, más importante aún, que me muero de ganas de hacerlo.

Origen: cubierta interior del vinilo Más madera (Zafiro, 1980) del grupo de rock Leño. Una matización. Ni siquiera después de consultar fuentes fidedignas puedo aseverar que cubierta interior sea la denominación correcta para el sobre (generalmente de papel, en ocasiones de plástico; a veces con fotos, dibujos o incluso publicidad de otras grabaciones, a menudo en blanco o, simplemente, con datos de la casa discográfica) en el que se guarda un disco para evitar que se salga con facilidad de la cubierta exterior. Venga hombre, si alguna vez habéis pinchado un vinilo bien sabréis de qué estoy hablando. En caso contrario, tenéis importantes taras que corregir antes que perder el tiempo leyendo este blog.

En cuanto a los angelitos, ellos son, claro, los componentes de la banda. Parece bastante lógico que en las fotos de un trío musical se muestren tres músicos. Sin embargo, este es el único grupo, que yo sepa, que habiendo sido en sus cuatro años y pico de vida siempre un trío, en la portada de otro de sus discos aparecen, de hecho, cuatro miembros.

¿Que qué están haciendo? Buff. Probablemente Tony Urbano está buscando algo en el calendario, Ramiro Penas está impresionado con lo que acaba de elegir y Rosendo Mercado… Rosendo para mí siempre ha sido un héroe, así que no voy más lejos.

Bromas aparte, esta foto, de una banda que todavía ocupa un enorme lugar en mi corazón, dominó durante nada menos que tres años (desde segundo de bachillerato hasta C.O.U) una descomunal parte en la cubierta exterior de mis apuntes, también conocida por carpeta. El vinilo, adquirido a los hijos de Vázquez Lescaille en algún momento del año 1983 de Nuestro Señor y pasando a mi exclusiva jurisdicción tras la crudelísima guerra de secesión acaecida en la colección de discos y casetes propiedad, hasta entonces conjunta, de mi hermano mayor y mía, es en la actualidad una joya de coleccionista. Quizás, incluso, valiosísima, si no fuera, claro, por la mutilación a la que se vio sometida su ¿cubierta interior?

No. Por aquel entonces no teníamos Internet para Googlear “portadas de discos de Leño” e imprimir una copia.

No. Por nada del mundo vendería este disco. Para mí sigue siendo definitivamente imprescindible pincharlo de vez en cuando. Así que, en realidad, estos últimos párrafos no contienen más que una estúpida anécdota para presumir de mi colección de vinilos.

En fin, volviendo al tema de los guerreros de antaño, la música era, seguramente, el emblema más utilizado. Todos sabemos que optar por Judas Priest o por Spandau Ballet constituía, más que una simple cuestión de gustos musicales, una manera de vivir. Por supuesto, pregonarlo resultaba absolutamente necesario. Una variante consistía en recortar y pegar las diminutas portadas de vinilos anunciados en la revista Discoplay. De esta forma conseguías, al mismo tiempo, que la opinión pública obtuviese datos mucho más concretos acerca de qué discos poseías, cuáles tenías en mente comprar, qué otros habían pasado en algún momento por tus manos…

Pero también se veían carpetas con imágenes futboleras (desafortunadamente, Michel aún tardaría unos cuantos años en presentarle sus respetos a Valderrama), atestadas de etiquetas de birras y/o envoltorios de papel de fumar, fotos de coches y motos, de la pandilla… Recuerdo un tipo, un punki de cuidado siempre con cara de muy mala hostia, que llevaba la carpeta forrada con papel blanco y, en grande, escrito a mano, con letra de cabreo, la cita de Janis Joplin: “It's all the same fucking day”. Cada vez que lo veía, además de procurar no estorbarle en su camino, no podía evitar pensar si no hubiera sido más práctico poner el horario de clase.

Por lo que me cuentan, la situación no ha cambiado mucho. Todos y todas siguen llevando fotos de músicos, de deportistas, de amigos, frases escritas o, incluso, envoltorios de Sugus. Broqueles, en definitiva, en los que cobijarse y con los que defenderse en la batalla diaria, escudos de armas con los que mostrar los blasones.

¡Menos mal!, pensamos los que estamos creciditos. Pues habiendo dejado atrás esos días, ahora ya no necesitamos imperiosamente gritarle a los demás quiénes (creemos que) somos, ¿no?

Antes de ofreceros el postre de hoy, me gustaría:

Hacer un agradecimiento a Susana Pérez, sin cuya colaboración no habría podido completar esta entrada.

Dar un aviso: No dejéis tantos comentarios que tengo la memoria RAM prácticamente uperizada.

El postre:

Kitsch

http://www.rtve.es/mediateca/videos/20100316/leno-noche-hable-aplauso-1980/720425.shtml

de jalapeño.

http://www.google.es/images?hl=es&q=michel+y+valderrama&um=1&ie=UTF-8&source=univ&ei=e1CjTKiyIcqh4Qa1m6XyAg&sa=X&oi=image_result_group&ct=title&resnum=1&ved=0CC0QsAQwAA&biw=1272&bih=600

bañado en reducción de melancolía

http://www.archivodocumentaldiscoplay.info/


viernes, 10 de septiembre de 2010

Crónicas desde el hipocentro

Conozco un bar, cerca del puerto, en el que un día se terminó el verano. Eran las siete y media de una luminosa mañana de primeros de septiembre. Más tarde tomaría el vapor que me iba a llevar a la gran ciudad, directo a mi primer año en la universidad. Pero antes habíamos decidido tomarnos la última. Elegimos por casualidad aquel bar, al lado del puerto, donde poco después el verano se acabaría.

Podría tratar de adornar la historia, detenerme en los detalles, relatar cómo un grupo de viejos marineros, caras ajadas reflejo de cien tempestades, apuraban el primer café tras la faena. Pero no, en aquel bar sólo estábamos nosotros. Nosotros y el verano, agonizante. Tan solos nos encontrábamos que alguna lumbrera, aprovechando la ausencia del camarero, decidió que nos largábamos sin pagar. Corrimos. En realidad, eso es lo que habíamos estado haciendo durante toda la noche. Huíamos, no de nada, no de nadie, únicamente de nosotros mismos. Y mientras corríamos, yo me sentí la persona más insignificante del cosmos. Sí, el verano había muerto. Claro que después vinieron otros, pero de aquel, y todo lo que él contenía, nunca más se supo.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Impresiones de Feldespato


Hola, qué tal, cómo estáis. No sé lo que pensareis vosotros, pero yo creo que al tal Calato este habría que pararle los pies. Me refiero a que es un poco pesado, ¿no? ¿Era necesario enredar de esa manera para explicar lo de los tópicos?

Hace poco estuve de viaje en Japón y, como a mí no me gusta morderme la lengua, lo voy a decir. Los japoneses son gente muy, muy rara. Semejante afirmación constituye, más allá de un mero cliché, un hecho fácilmente demostrable. Son singulares porque tienen aptitudes y actitudes extrañas, inhabituales e incluso, me atrevería a decir, extraordinarias.

Algunas razones que lo fundamentan:

*En sus ciudades, las de mayor densidad de todo el planeta, es prácticamente imposible oír el timbre de un móvil en un lugar público.

*Eso no quiere decir que no los usen, claro, hablamos del paraíso de la tecnología. Pero cuando lo hacen es chocante comprobar que tampoco necesitan ser escuchados dos manzanas más allá.

*En Japón, calles, bares, trenes, mercados, restaurantes, hoteles, metros, avenidas, supermercados, parques, autobuses, museos, tiendas de discos… Gozan de una pulcritud, alabado sea Don Limpio, pasmosa. Sus habitantes llegan, incluso, al extremo de tirar de la cisterna en los váteres públicos. Lo juro.

*Esas mismas calles y avenidas, atestadas de autos, bicicletas y peatones, forman una auténtica sinfonía. Un fluido armónico cuyo correcto funcionamiento no necesita de increpaciones. Ni de gritos. Ni siquiera de simples bocinazos.

*Insólito país, en el que cada día niños de menos de diez años vuelven a casa solos desde el colegio, tan panchos, sin necesitar la compañía de un adulto. ¿Mayor nivel de seguridad ciudadana? ¿Menor grado de neurosis paterna? Manifiestas anormalidades, al fin y al cabo, ambas opciones.

*Además de todo esto, los japoneses demuestran a cada momento ser trabajadores, perfeccionistas, meticulosos y habilidosos. Únicamente cuando se utilizan sus medios de transporte público es posible conocer la verdadera dimensión del término puntualidad.

*Rizando el rizo, en Japón la gente es increíblemente educada, en el sentido de amable, afable y solícita, continuamente mostrando una mayor predisposición a la sonrisa que a la cara larga, al gesto amable que a la rudeza, a la calidez que a la frialdad.

Creedme si os digo que podría seguir con el listado. Pero, no me quiero contradecir, me gusta ir al grano.

Tras mi viaje, en algún lugar leí que todo esto es consecuencia de que los nipones, a base de un elevado desarrollo moral, un alto concepto de la empatía y una inteligencia eminentemente práctica, han llegado a la conclusión de que individualismo no es sinónimo de ineducación. Pues eso, que son raros.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Peleando a la contra

Comenzamos septiembre. Es tiempo de la vuelta al cole en el Corte Inglés, de síndromes post vacacionales, de buenos propósitos y, sobre todo, de tenebrosos anuncios televisivos de coleccionables (¿de verdad a alguien le interesan los dedales en miniatura? Es que los agujeros están hechos a mano. Ah, bueno, en ese caso…). De modo que, con ánimo de llevar la contraria, ahondaré un poco más en el tema de las excursiones.

Hablaba hace unas semanas de los tópicos, de su derribo y levantamiento. Pero, ¿es lícito, tras la estancia en un determinado lugar, presumir la existencia o inexistencia de ciertos rasgos característicos en sus aborígenes? Sí. Rotundamente. Para mí, no hay mayor cliché que el presuponer que una idea por vulgar, manida, simple o trivial, es forzosamente mentira. ¿Cómo? ¿Estoy diciendo que el tópico que reza que los tópicos son falsos resulta, básicamente, falso? Claro, pues así compruebo, además, que no necesariamente han de ser ciertos. Después de todo, Extrapolare humanum est.

Inferencia, sí, ya que se trata, simple y llanamente, de un asunto de estadística aplicada. Una cuestión, en definitiva, cuya inexactitud resulta, cuando menos, tan fácil o tan difícil de demostrar como su exactitud. La solución, no podría ser de otra manera, reside en cuidar mínimamente el lenguaje. ¿Así que has estado de vacaciones en Hurtadillas del Campo? Pues sí, un mes y medio. Oye, ¿y de verdad son tan gañanes como cuentan? Hombre, teniendo en cuenta que he conocido a una muestra decididamente heterogénea y totalmente representativa en cuanto a edad, género, nivel socioeconómico y otros parámetros psico-sociológicos y que el tiempo de observación de dicho grupo ha resultado relativamente adecuado, estoy en condiciones de conjeturar un patrón de conducta… Bah, al diablo con el lenguaje. En ese pueblo no lanzan a la cabra desde el campanario, sino al cabrero. Tú mismo.

Un aspecto que no admite dudas en esto de los tópicos es el relativo a la intransigencia de nuestra conciencia colectiva. Sí, esa pequeña y perversa sanguijuela que nos induce a curiosas reflexiones del tipo “si allí son tan trabajadores es porque en el fondo resultan tremendamente aburridos” o a justificaciones tales como “aquí no es que seamos vagos, caóticos o incluso desastrosos sino que, más bien, poseemos una enorme alegría de vivir”. Ideas fundamentalistas perfectamente contenidas y resumidas en la frase Como aquí no se vive en ningún sitio. Sentencia convertida, a base de tanta formulación y repetición, en el mejor ejemplo de lugar común evidente. Tan sólo es preciso, para comprobar su veracidad, preguntarse, ¿de bien o de mal?



Hoy hay bandeja de pinchos, a ver quién se atreve a coger el primero…Pues los términos tópico, cliché o lugar común, son ciertamente amables pero, ¿qué demonios hacemos con los prejuicios? Que aproveche.